A lo largo de la historia, el ser humano se ha situado ante grandes interrogantes que le han obligado a replantearse infinidad de circunstancias. Cuando la cuestión se trata de un modo actual y la vertebramos al ámbito académico aplicando lo anterior a dicho contexto, nos hayamos con el gran interrogante con el que los alumnos nos acechan cada día, un interrogante al que no sabemos dar respuesta lo suficientemente convincente como para que cese y caiga en el olvido.

“¿Y estudiar para qué sirve?”, “¿Por qué tengo yo que saber si se trata de una oración subordinada sustantiva o de objeto directo?”, “¿En qué me va a ayudar a mí en un futuro saber sintaxis?”. Si las anteriores cuestiones viajan por la cabeza de nuestros alumnos cada vez que abren el libro para realizar algún ejercicio de clase, y obviamente no se trata de cuestiones alentadoras para el desarrollo de su motivación, tanto padres como profesionales de la educación deberían conocer una respuesta válida y transmitirla de un modo efectivo; así que, ¿cómo podemos responder a sus interrogantes?

El quid de sus interrogantes es el cuestionamiento de la utilidad del aprendizaje de nuestra propia lengua. Por lo tanto, el principal objetivo debería centrarse en justificar la utilidad del aprendizaje de las letras. Aunque si bien es cierto, arrojar la simple idea de que este aprendizaje puede ser útil es un cometido bastante inocuo, el objetivo real debería ir enfocado a lo que realmente subyace al aprendizaje de la lengua: su capacidad para enseñarnos cómo ser más felices.

¿Cómo podemos unir ambos conceptos? ¿Cómo es posible que el aprendizaje de la lengua y la felicidad tengan relación alguna?

En primer lugar, el objetivo académico del aprendizaje de las principales estructuras gramaticales es la adquisición de una comunicación óptima para el desarrollo de la vida del ser humano en sociedad. Ésta es la gran herramienta emocional que nos ofrecen las letras. Bien es cierto, que la comunicación no es únicamente de tipo verbal, incluso antes de la existencia del lenguaje, nuestros ancestros se comunicaban mediante un conjunto de sonidos rudimentarios que les permitían sobrevivir. Sin embargo, la evolución del ser humano no se ha llevado a cabo sólo de un modo físico, sino que también hemos evolucionado de un modo mental, de hecho, nuestras emociones son más sofisticadas y ricas que las emociones de nuestros antepasados. Es por ello, por lo que nuestro lenguaje es igual de sofisticado.

El lenguaje sofisticado que usamos hoy en día nos permite una mayor expresión de nuestros sentimientos y pensamientos, lo que a su vez nos hace ser capaces de liberar tensiones y malos sentimientos una vez que nos expresamos correctamente. De hecho, existen infinidad de terapias hoy en día focalizadas en el uso de las palabras correctas para describir nuestras experiencias, de este modo, nuestro cerebro se sitúa en calma al presenciar un acto comunicativo en el que se describe una experiencia vivida de un modo emocionalmente equilibrado.

En segundo lugar, la relación entre nuestras emociones y el lenguaje es más que patente, ya que cuando el ser humano escoge una palabra de su almacén encontramos decenas de emociones que revolotean a su alrededor hasta que finalmente se elige una palabra, en lugar de otra. Pues bien, si elegimos una serie de palabras con el fin de construir una frase que describa un estado mental propio, estas palabras tendrán coherencia para nuestro cerebro si las escogemos de una manera sosegada, tranquila y correcta. Si nuestro cerebro  percibe que la elección de palabras es tranquila y segura, también percibirá que nuestra situación es equilibrada, lo que otorgará una emoción positiva a ese momento comunicativo.

Un ejemplo de lo anterior bastante extendido en terapia hoy en día es el PNL (Programación Neurolingüística), un tipo de terapia basada en elegir las palabras correctas cuando hablamos. Cuando el ser humano piensa, el cerebro escucha nuestro pensamiento y lo percibe como una realidad posible, ya que en ocasiones nuestro inconsciente no sabe diferenciar entre la realidad y nuestra propia imaginación. Es por ello, por lo que podemos estar durante horas pensando y rumiando ideas negativas que no son ciertas, pero que al final nos acabamos creyendo. Sin embargo, el PNL plantea una alternativa, si nosotros en lugar de tan sólo pensar, decimos en voz alta y de una manera coherente lo que estamos pensando, haremos creer a nuestro cerebro todo lo que decimos y lo percibirá como una realidad absoluta e inamovible. Cuando el cerebro además de escuchar nuestro pensamiento, escucha además nuestra voz, percibe doblemente el mensaje que queremos transmitir, por lo tanto, usar las palabras correctas es vital para que nuestros estados emocionales se mantengan equilibrados.

Justo en este momento es cuando el conocimiento de la sintaxis nos ayuda al equilibrio emocional. Si las estructuras sintácticas son correctas y coherentes, nuestro cerebro le otorgará mayor credibilidad a nuestro mensaje; de esta manera, podremos tener a través de un uso correcto de las funciones sintácticas un poder y control extra sobre cómo nuestro cerebro percibe la realidad. Debemos tener en cuenta que cuando nos expresamos correctamente la mente se siente cómoda, es más, al sentirse cómoda podrá relajarse y comprender que no hay motivo para preocuparse por nada en ese momento.

Y ahí es precisamente, donde reside la felicidad del ser humano, en la forma en la que nuestro cerebro percibe la realidad. Si nuestra mente percibe la realidad de una manera coherente y estable, no tiene porque sufrir ansiedad o temor ante los acontecimientos vitales; si por el contrario, nuestra mente percibe la realidad de un modo desorganizada, incoherente e inconexa, mantendrá una postura defensiva ante la vida, lo que nos arrojará de lleno al sufrimiento.

Pues bien, una manera sencilla de evitar ese sufrimiento es dándole sentido a nuestras experiencias y a nuestras emociones a través de las palabras. Cuando alcancemos ese momento en el que podamos comunicarnos de la manera más eficientemente posible, nuestro cerebro percibirá nuestro alrededor como un mar en calma ante el que no debe desplegar ningún mecanismo de defensa, porque realmente comprenderá que no hay nada de lo que defenderse.

Remedios García Moreno
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Por Remedios García Moreno

“Si los padres educasen a sus hijos, no existirían las cárceles” Aristóteles.

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