La muerte es un proceso vital que llega tarde o temprano, nos enfrentamos a ella con miedo y angustia siendo un tema difícil a tratar entre adultos, imaginad, si lo llevamos a la etapa infantil lo podríamos considerar tema tabú, pero ¿por qué? Quizás como adultos emocional y cognitivamente desarrollados, quienes han experimentado el duelo conocen el proceso interno al que tienen que enfrentarse, las emociones y sentimientos que aparecen, y aquellos que no lo han experimentado disponen de otras herramientas para entenderlo.

La educación y concepción de la muerte que tenemos en la sociedad tiene mucho que ver con las ideas o mitos acerca del duelo en los niños y niñas y es lo que nos lleva a alejarles del entorno de la muerte pensando que así les evitamos el sufrimiento que nosotros hemos experimentado (Artaraz y cols., 2017). Esta creencia no solo es errónea, también es arriesgada dado que problemas de índole psicológico y social pueden manifestarse en etapas posteriores (Gorosabel y León, 2016) si no se trata como parte fundamental del crecimiento personal. 

Cuando surge una pérdida, no solo desaparece la persona, también se van proyectos, metas, planes que nunca llegarán a llevarse a cabo, queda un vacío y a ahí empieza un camino para adaptarnos a la nueva situación en el que pueden darse varias respuestas (fisiológicas, conductuales, emocionales, etc.).

En los niños predomina la respuesta fisiológica al ser mayor la dificultad que tienen para expresar las emociones y sentimientos, siendo más común los cambios de conducta o humor, disminución del rendimiento escolar, alteraciones en la alimentación y el sueño, y no tanto la tristeza o abatimiento, más característico de los adultos (Ordoñez y Lacasta, 2017).

Estas manifestaciones externas de la aflicción en los niños pueden ser más llamativas e incontroladas que en los adultos por su menor control de impulsos y porque no tienen la experiencia, que sí poseen la mayoría de los mayores, de vivir sin la presencia de una figura a la que están o estaban vinculados emocionalmente. Son más proclives a hacer interpretaciones incorrectas de los hechos que ocurren, observan y escuchan (Ávila, 2016).

Enfrentarse a la pérdida no es tarea fácil, no nos preparan para abordar el tema de la muerte, es algo que ocurre y a partir de ahí la determinación con la que nos enfrentaremos al duelo dependerá de factores psicológicos, circunstancias específicas de la muerte, contexto sociofamiliar, relación con la persona fallecida, cultura, recursos personales, etc.

En la infancia, algunos de estos recursos personales como resiliencia, empatía y capacidad de afrontar y resolver experiencias negativas y/o de pérdida no están tan asentadas y desarrolladas como en la etapa adulta, así la manera en que tratemos estas situaciones determinará la forma de afrontarlas en etapas posteriores del desarrollo.

Otros factores que determinarán la respuesta a la pérdida y la forma de afrontar el duelo:

  • La experiencia personal y el autoconocimiento, si se ha experimentado o no otras situaciones negativas, pudiendo facilitar el proceso ya que sabe que tiene herramientas para superar estos momentos.
  • Posibilidad de expresar el duelo, condicionado por el ambiente y las figuras del contexto sociofamiliar.
  • Momento espacio-temporal, importante recordar que en la infancia no se está exento de experimentar “crisis personales”, también se enfrentan a diferentes tipos de pérdidas relacionales, materiales o evolutivas (Acosta, 2016) o situaciones que requieren su energía.

Numerosos autores, como la psiquiatra Kubleer-Ross (1992), hablan de que habría que preparar a los niños para la muerte mucho antes de que la experimenten. La prevención frente a situaciones de pérdida de un ser querido brilla por su ausencia en el contexto educativo español y europeo en general, tanto en el ámbito familiar como en el escolar y en el social (Ávila, 2016). Es decir, para garantizar la reparación de la pérdida y seguir creciendo constructivamente, se necesita una unión de las propias características del niño o niña, de su fuerza, resiliencia y el apoyo social y afectivo de otros.

Muchas veces por intentar protegerlos del hecho doloroso se les aparta de la situación. Sin embargo el niño requiere que el hecho de la muerte le sea explicado abierta y claramente, siempre con un lenguaje adecuado y comprensible (Guillén, Gordillo, Gordilo, Ruiz y Gordillo, 2013).

La muerte es un momento singular para niños y adultos, por lo que es importante que los diferentes agentes sociales ofrezcan las herramientas adecuadas para que los más pequeños puedan afrontarla, así como adaptarla a los diferentes contextos en los que interactuamos día a día. El empleo de palabras adecuadas a la capacidad de comprensión y nivel de desarrollo del niño es clave pero está claro que hay que avanzar en el consenso acerca de cómo hablar con ellos sobre la muerte y que ayudarles a afrontar un duelo pasa por el compromiso y la toma de conciencia de su importancia en la etapa educativa, puesto que desgraciadamente aún existen ciertos tabúes que impiden que la muerte forme parte de dicha educación.

Por tanto, debemos tener en cuenta las características específicas de los momentos evolutivos para aproximarnos a los conceptos relacionados con la muerte y la actitud hacia ésta a lo largo de la infancia, pues las respuestas al duelo descritas anteriormente dependerán de una serie de factores, entre ellos el desarrollo cognitivo y emocional vinculado a la edad (Acosta, 2016).

En la siguiente parte veremos recursos que se han descrito sobre cómo trabajar el duelo en la infancia.

María del Mar López López
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Por María del Mar López López

“- ¿Tomas algo para ser feliz? - Sí, decisiones.”

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