Sicilia, mayo 2016.
“A ti lo que te pasa es que tienes miedo, Pepa”: dice Pepe.
“Que no, que va, lo que ocurre es que a mí estas cosas no me van Pepe”: responde Pepa temblando.
Miedo, miedo que paraliza y que además no nos atrevemos a expresar en alto (a ver qué va a pensar Pepe en su segunda cita con Pepa).
El miedo nos congela, nos hace atacar o nos hace huir. No hace falta estar frente a un acantilado como le pasa a Pepa, casi todos nosotros vivimos entre la incomodidad (que es el miedo en su versión más leve) y las preocupaciones (miedos crónicos) y algunos pocos llegan a la paranoia (miedo extremo). O podemos tener todos los miedos juntos y revueltos como le ocurre a Woody Allen 😉
El miedo también es útil, es una emoción que nos alerta, nos hace evitar peligros y ser cautelosos cuando es necesario. Si preguntásemos a nuestros amigos, a nuestra familia, al vecino de al lado, nos pondrían ejemplos de innumerables objetos de miedo: al dolor, al ridículo, a las represalias, a tomar decisiones, a estar solos, a vivir… incluso se puede llegar a tener miedo al miedo. Y todos ellos se podrían resumir en el miedo a la muerte, al abandono y a no ser queridos, que son miedos universales.
Así que como vemos no se pasa especialmente bien con el miedo a cuestas.
¿Qué podemos hacer entonces para dejarlo en el camino?
El miedo genera pensamientos temerosos, si nos centramos en ellos y teniendo en cuenta que es muy probable que se cumplan (profecía autocumplida) es posible también que aumente ese miedo e incluso se amplíe a otros ámbitos.
Imaginemos lo que puede estar pensando nuestra Pepa: “voy a hacer el ridículo”, “me voy a tropezar y antes de saltar ya estaré en el suelo”, “me estoy poniendo mala sólo de imaginarme el salto”, “encima Pepe no me va a querer ver otra vez”, “seré cobarde” etc. etc. etc.
¿Alguien puede decir que con este tipo de pensamiento no va a facilitar tener más miedo? No creo. ¿Y que con sus sensaciones como los temblores de piernitas y palpitaciones y la posible sensación de ahogo, Pepa no se va a caer? Tampoco creo.
Este tipo de creencias de Pepa le limitan y para poder enfrentarse a ellas tiene que proponerse soltar el miedo, dejar paso a su ira contra la situación (“Ah, no, yo no me quedo sin hacer parapente, en cosas peores me he visto, a ver si se va a creer Pepe que me voy a quedar parada”). Entonces estará en proceso de dar el paso de la ira al coraje y al orgullo que serán la prueba de que el miedo se fue. Es por tanto, un mecanismo sencillo de cómo situarse frente a esta emoción.
Es cierto que estamos abrumados por toda esa información que genera miedo (sólo tenemos que ver los telediarios) y que algún miedo que no hemos tratado adecuadamente, ha podido coger sitio en la primera fila de nuestro cerebro, lo cual puede provocar ataques de ansiedad o incluso fobias, que necesitan de atención profesional psicológica. Pero si los miedos son “de andar por casa”, si podemos manejarlos sin ayuda profesional, dejémoslos ir, enfrentémonos a ellos como ha hecho nuestra Pepa, que además de estar más a gustito con ella misma, se quiere más. Y en cuanto a Pepe… si es listo: tendrá su tercera cita con ella ;).
Merece la pena intentarlo, ¿no?
- M de miedo - 18 junio, 2016