Vivimos tiempos de cambios a nuestro alrededor. Día a día estamos pendientes de unos cuantos líderes cuyas decisiones afectan a nuestras vidas y, por ello nos implicamos a la hora de elegir quién se hará cargo de nuestro futuro. Alguna vez te has parado a pensar qué cualidades valoras de los demás para gustarte más o menos? Es bien sabido que en política buscan conseguir un efecto de influencia en los potenciales votantes y lo hacen jugando con el atractivo físico, la expresión de seguridad a través del habla y del cuerpo, discursos con mensajes programados para despertar en uno la necesidad de confiar en su palabra. Nuestros políticos son expertos en usar este lenguaje y ponerlo al servicio de sus fines, que en muchas ocasiones es una cuestión de poder. Es por ello que en esta empresa buscan cualidades que están bien valoradas en nuestra sociedad occidental y que por tanto, tengan capacidad de atraer a las masas. Lo cierto es que muchas de estas características personales se enmarcan en el narcisismo de creerse uno superior a los demás y con cierto talento para mover a la gente hacia sus propios intereses. Ésta es la epidemia del Siglo XXI que se sigue propagando por la facilidad con la que uno se ve atraído por las cualidades narcisistas dejándose infectar por este virus del ego.

Para todo virus existe un antídoto, y el del narcisismo lleva el nombre de la humildad. Hay algo verdaderamente poderoso en el ser honesto con uno mismo y reconocer nuestras propias imperfecciones como ser humano que somos. Cuando nos aceptamos plenamente con nuestras virtudes y nuestros defectos, nos liberamos de las normas narcisistas que trata de imponer la cultura popular. Dejamos de vincular nuestro valor como personas a los éxitos y fracasos que inevitablemente todos experimentamos a lo largo de la vida. Reconocemos que a veces logramos los objetivos que nos marcamos pero otras fracasamos en el intento, pero 11947018605_9b1d367c54_mprecisamente por ello nos asemejamos a cualquier otro humano de este mundo. Compartir estas experiencias nos une
como especie por mucho que el ego trate de separarnos marcando diferencias entre líderes y seguidores de los líderes. Estos límites son producto de nuestra mente colectiva pero no tienen existencia real en este mundo, lo cierto es que es más lo que nos une que lo que nos separa, y en lo esencial está lo que nos asemeja en nuestra condición de humanos.

Cuando cultivamos la virtud de la humildad promovemos un estilo de vida que tiene sentido por sí mismo, de acuerdo a los valores que motivan nuestra conducta. Entonces liberamos a nuestra autoestima de las cadenas de los objetivos externos y nos sentimos más ligeros en nuestro día a día. Esto no significa que debas rechazar cualquier propósito que te marques ni tampoco que te tengas que conformar con lo que tienes en el presente. Mas bien es no concederle a algo que está fuera de ti el poder de transformar lo que tú eres, tomar la responsabilidad que implica el reconocerse como persona valiosa per se, independientemente de los cambios que se den en las circunstancias que te rodean. Se trata de ir más allá de las apariencias, adentrarse en las profundidades de uno mismo, donde se encuentran las fortalezas que posee todo ser humano, y descubrir el sol que hay tras las nubes.

Somos honestos con nosotros mismos cuando tenemos conciencia de la humanidad que hay en nuestros aciertos y nuestros errores, y cuándo somos capaces de ver la misma esencia en el otro y así poder comprender lo que hay detrás de su comportamiento. La humildad cambia la visión que tenemos de nosotros mismos y también la de los demás que pasan a ser vistos como compañeros en lugar de rivales. Fomentar esta virtud implica trabajar también la capacidad para empatizar con el otro, que nos resultará más sencillo tras hacer ese ejercicio de autoconocimiento y visualizar ese hilo que nos une como humanos. Cuando abrazamos la humanidad lo hacemos desde nuestras fortalezas y sentimos ese poder transformador interior que ilumina el camino que pisamos.

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Existen muchas vías para expresar humildad en nuestras acciones diarias. La primera de ellas es la gratitud, el reconocer los regalos que nos concede la vida, entre los que encontramos aquellos gestos que tienen nuestros compañeros hacia nosotros. Hay mucha humildad en dar las gracias, resonando en el otro sintiéndose éste apreciado y validado por esa muestra de autenticidad que uno tiene cuando derriba los muros del ego para reconocer las fortalezas del otro. También se puede practicar la humildad con uno mismo a través de la autocompasión, aceptando que como humanos presentamos limitaciones y el comprenderlas con amabilidad nos libera de las etiquetas que constriñen nuestro compo6029515370_45e456ccc6_qrtamiento. Cultivando la autocompasión de manera consciente, con la actitud no enjuiciadora propia del mindfulness, también estaremos en condiciones para conocer aquello que necesitamos cambiar para adaptarnos mejor a nuestros valores personales que son la brújula de nuestra vida.

Cuándo decidimos hablarnos internamente desde la honestidad, la humildad se refleja en el mundo exterior a nuestro alrededor. Entonces nos sentimos más cerca de las personas, atendemos el lenguaje de lo que no se dice y lo traducimos al idioma humano que uno ha aprendido de manera autodidacta al conocerse a sí mismo. La libertad se hace presente en forma de calma, relajación y satisfacción plena. Los héroes ya no son guerreros que luchan para conquistar terrenos sino el vecino que te desea un buen día cada mañana desde el calor que brinda la humildad de la buena intención.

Los verdaderos héroes son los que se atreven a mostrar la compasión de sus corazones sin necesitar la protección de una espada o un escudo, simplemente con el valor que otorga el reconocerse como un humano más en este mundo. Cuándo no nos dejamos arrastrar por las necesidades de nuestro ego, abandonamos la batalla con nuestro propio ser y se muestra ante nosotros el misterioso don de la humanidad.

Sé consciente de tus propios muros y encuentra la puerta que lleva a tu fortaleza interior.
La única persona que tiene esa llave, eres tú.

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Paula Fernández Rivas
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Por Paula Fernández Rivas

“La felicidad es como una mariposa. Cuanto más la persigues, más huye. Pero si vuelves la atención hacia otras cosas, ella viene y suavemente se posa en tu hombro. La felicidad no es una posada en el camino, sino una forma de caminar por la vida” Viktor Frankl

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