La Organización Mundial de la Salud, propuso en su Informe Mundial sobre el Envejecimiento y la Salud mantener y asegurar una calidad de vida en la población mayor (OMS, 2015). Que la sexualidad en la vejez sigue siendo un tema tabú en la sociedad en general no es nuevo, pero que parte de la calidad de vida tiene que ver con esta, tampoco. A nivel individual, aunque sabemos que la sexualidad forma parte del ser humano en todo su desarrollo, tendemos a centrarla en una determinada etapa de la vida asumiendo que el paso del tiempo anula, como define la Real Academia Española, este conjunto de características emocionales y conductuales relacionadas con el placer sexual. De hecho, en 1886 el psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing daba el nombre de paradoxia al deseo sexual experimentado en etapas de la vida en las que, debido a los procesos fisiológicos que acontecen en el sujeto, dicho deseo no debería existir, refiriéndose a la infancia y la vejez (Casamayor, 2016).

Cerquera y cols. (2012) exponen que las sociedades actuales tienden a percibir al adulto mayor como carente de relaciones sexuales, convirtiéndose en una percepción común tanto en colectivos juveniles como en personas mayores. Por lo que serán esos estereotipos algunas de las principales barreras a las que se verán sometidas las personas mayores, especialmente, las mujeres, que sufrirán una doble vulnerabilidad al estar inhibidas por creencias asociadas a la edad, por un lado, y por el género, por otro lado (Thorpe et al., 2014).

Una investigación realizada a 492 mujeres de Colombia y España en 2009, con el objetivo de identificar el estereotipo “las mujeres mayores tienen menos interés por el sexo” concluyó que en ambas poblaciones, mayoritariamente, se manifestó dicho estereotipo (Cerquera y cols, 2012).

Para entender esta falsa creencia habría que echar la vista atrás y comprender que el placer ha sido centrado en el aparato genital, excluyendo u olvidando que las emociones y características que nacen y producen placer no se reducen a una necesidad básica sino a un proceso más complejo y completo que se manifiesta durante toda la vida de diversas formas, haciendo así que la sexualidad se relacione con la etapa adolescente y adulta, excluyendo a las personas mayores e implementando de forma indirecta estereotipos negativos sobre la sexualidad en la vejez.

La población mayor no ha sido educada para el placer. Como he mencionado anteriormente, nuestros mayores de hoy nacieron en una época en la cual la sexualidad tenía un fin reproductivo, este concepto tiende a confundirse con los conceptos de sexo o relaciones sexuales (Quevedo, 2013), y donde no recibían información ni educación sobre este aspecto.

Si limitamos la sexualidad a la parte física, encontramos diversos estudios que explican los cambios fisiológicos que subyacen a esta disminución de respuesta física. Pioneros en este campo fueron Masters y Johnson (1966), ambos demostraron en su conocido estudio sobre la sexualidad humana que no existe un límite cronológico para una correcta respuesta genital aunque con el paso de los años existe una decadencia física del estímulo sexual, asumiendo que es un hecho que ocurren cambios en el ciclo de respuesta sexual asociados al envejecimiento normal (Gorguet, 2010), pero estos cambios no impiden ni obstaculizan la actividad sexual, y ésta no supone, en los mayores, ningún tipo de desviación o comportamiento antinatural. De hecho, actualmente se cree que las capacidades físicas para mantener relaciones sexuales no se ven alteradas de forma significativa hasta los 80 o incluso 90 años, siempre que no exista alguna patología incapacitante (Casamayor, 2017).

Otro estudio cuyo objetivo era analizar el efecto de la edad y asertividad sexual con respecto al funcionamiento sexual, concluyó que la edad juega un papel relevante, de modo que a medida que esta se incrementa, empeora el funcionamiento sexual (Sierra y cols., 2014).

Hasta ahora hemos visto que los estudios encontrados mencionan una alteración en la respuesta sexual delimitada por alteraciones fisiológicas mostrando cambios asociados a la edad pero no impide la actividad sexual. Cabe recordar que hablamos de un proceso asociado al envejecimiento normal, las disfunciones sexuales pueden tener diferentes causas (psicológicas o medicinal, por ejemplo) lo cual puede dificultar diferenciar entre los cambios asociados a la edad de los síntomas debido a una patología.

Actualmente, existen escasas referencias que aborden la sexualidad en el envejecimiento y los que hay centran la sexualidad en relaciones sexuales, limitándose a la cuantificación y frecuencia, demostrando una disminución de las relaciones sexuales como consecuencia de un proceso fisiológico subyacente pero olvidando la importancia de los factores cualitativos.

Un buen punto de partida sería seguir investigando como los factores psicosociales asociados a la sexualidad en la vejez determinan la percepción que tenemos sobre nosotros mismos. María del Pilar López (2015) propone desarrollar un proyecto de investigación sobre la sexualidad en la vejez, teniendo en cuenta el género y la diversidad sexual. Con ello precisamente se estaría contribuyendo a derribar mitos y prejuicios de corte biomedicalizado, o más exactamente deconstruyendo prejuicios como “los viejos no tienen vida sexual ni sexualidad”, o el mito del “viejo verde”, y el de la “vieja loca”.

No olvidemos que esta información psicosocial, construida en parte culturalmente, forma parte del desarrollo vital, así tener en cuenta que el peso de los mitos y prejuicios que acompañan al concepto de vejez son significativos y los mayores se ven en “la obligación” de asumir el rol, por lo que queda en manos de los profesionales una adecuada formación para poder tratar la sexualidad como merece, es decir, como un elemento más en nuestro desarrollo personal.

María del Mar López López
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Por María del Mar López López

“- ¿Tomas algo para ser feliz? - Sí, decisiones.”

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